Chaile López, Embajador de Fraternidad de la Fundación Santa Lola nos envía desde Cuba este artículo, donde responde dudas acerca de la sexualidad y muy especialmente de la salud sexual. ¿Diferencias de ayer a hoy?
Fundación Santa Lola:- Aceptar el cuerpo es vital para cuidarlo y conocer sus necesidades. “El cuerpo avisa” es una frase que utilizan quienes valoran los mensajes corporales, no solamente aquellos tan apremiantes de hambre o sed, sino otros envíos más sutiles como la necesidad de un descanso repentino o la atención inmediata a ciertos malestares.
Toda comunicación con las demás personas se realiza mediante el cuerpo. Desde la infancia, mantenemos un diálogo permanente que se establece por medio del lenguaje corporal. Sólo de ver la cara a una persona, se sabe si está disgustada al mantener el ceño fruncido, si está feliz debido a su relajada sonrisa y ese brillo especial en los ojos... Abrimos los brazos para expresar cariño, gesticulamos cuando la ira nos invade, nos acercamos a alguien para demostrar necesidad de compañía. Y todo esto sucede apenas sin darnos cuenta que está sucediendo.
El lenguaje corporal nunca miente, a no ser cuando ciertos procesos —que no llamaremos educativos— nos enseñan a controlar ese lenguaje que se vuelve insano e hipócrita: entonces la persona demuestra alegría cuando realmente le invade una honda tristeza o manifiesta amistad y cariño cuando en verdad es antipatía lo que está sintiendo... aunque, a algunas y algunos, no obstante, los ojos los delaten.
El cuerpo siempre es un cuerpo sexual. Lo es en la bebita recién nacida, en los ancianos y ancianas, en el hombre y la mujer. Somos seres sexuados y no podemos desprendernos de esta condición a lo largo de toda la vida, lo que ocurre es que cambia en la medida que vamos creciendo, madurando, envejeciendo.
El cuerpo representa a la persona, no sólo ante sí misma, de manera individual e íntima, sino que además es la frontera, el límite entre el YO y el afuera. Nuestro cuerpo, es lo primero que ven los otros y las otras.
Ver y ser vistos
El cuerpo y el modo de cubrirlo han tenido variados significados de acuerdo a la cultura de cada época. Los griegos, digamos, exaltaban al máximo el cuidado corpóreo como elemento estético. Utilizaban las túnicas, no para ocultar sino para realzar y delinear las formas y siluetas. En otros tiempos, como en el medioevo, se cubrió de grueso tejido para que nada se pudiera adivinar. Con estos ejemplos pretendo llegar a un punto interesante de este asunto: las formas de percibir y tratar el cuerpo propio no son totalmente nuestras sino que están influidas por las otras personas, la sociedad y la cultura.
La gente nos mira y eso funciona como un espejo que nos devuelve la imagen del propio cuerpo. Así, los halagos o críticas actúan como saetas ante un: “Qué gordura la tuya” o como reforzadores de autoimagen ante la frase: “Qué bien te mantienes”.
El comportamiento corporal que se tiene como algo natural es, en verdad, socialmente construido. Ninguna chica se contonea por intuición, sino por imitación. Así sucede con las poses, las expresiones y el modo de actuar: los hombres colocan generalmente el tobillo sobre la rodilla cuando están sentados; las mujeres cruzan las piernas.
De la misma manera, el cuerpo nos vincula o nos aísla. Hay que saber de los caminos del cuerpo, sobre todo, aceptarlo todas y cada una de sus partes, aprender a amarlo y a cuidarlo. Olvidarse de esos cuerpos que transmiten las propagandas. En la vida real, todos contamos con imperfecciones que hay que asimilar porque somos humanos.
Si no llegamos a un entendimiento y aceptación de nuestro cuerpo, no va a existir la necesaria soltura para el encuentro con “otro”. La relación sexual implica desnudarse, mostrarse a la pareja tal y como venimos al mundo. De acuerdo al rechazo o agrado de lo que somos, se montará una vivencia erótica llena de pudores y complicaciones o una sana manera de favorecer la posibilidad de recrear el goce compartido.
En este punto, no se puede dejar de mencionar la autoestima, uno de los valores humanos que más imbricado está con la sexualidad.
La autoestima son las opiniones, juicios, sentimientos y valoraciones que tenemos de nosotros mismos. Se va desarrollando gradualmente desde la infancia, a partir de los comentarios y experiencias que recibimos de los demás y de las vivencias propias. Si hemos tenido una familia cálida que ha sabido fomentar en nosotras seguridad, independencia y bríos, es muy probable que la autoestima esté en buena posición; sin embargo, si provenimos de una familia que a menudo te dice: ¡Todo lo haces mal! Es muy probable que la estima esté dañada.
El amor hacia uno mismo fomenta una buena estima. Y es una verdad de Perogrullo que primero hay que quererse a sí para poder querer a los demás. La mujer que se entrega a su pareja, asumiendo que primero está él y después ella misma, conocerá más temprano que tarde que tales sacrificios no logran el objetivo deseado. Si una misma no se valora, nadie lo hará. Si una se deja pisotear, será pisoteada irremediablemente. Igual es válido cuando se trata de un hombre.
Tener una buena autoestima, una imagen positiva de una misma, es condición indispensable en estos tiempos en los cuales la sumisión y dependencia a un “otro”, se va desdibujando para bien de la humanidad.
Ponerse en sintonía con el propio cuerpo es algo que debía enseñarse como las matemáticas y aprenderse como parte de la educación integral. Es tan necesario un diálogo que facilite la comprensión de esos patrones impuestos desde la cultura, de la relatividad de los gustos, así como la importante necesidad de valorar y tener en cuenta los múltiples contrastes entre los seres humanos.
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