Para educar la sexualidad de las y los adolescentes
Por: Chaile López Álvarez
Por: Chaile López Álvarez
Embajador de Fraternidad de F. Santa Lola en Cuba
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A lo largo de los siglos nuestra sexualidad ha sido formada en la cultura del NO, la prohibición, la represión, el miedo, el silencio, los sermones moralizantes y la incomunicación. Tradicionalmente la han rodeado de un halo de perniciosidad, culpabilidad represión y rechazo. Si estos criterios han sido profusamente aplicados a adultos de las más diversas edades, cómo será su práctica en niños, niñas y adolescentes.
Durante los siglos XVIII y el XIX, particularmente, se desató en el mundo occidental, liderado por la iglesia católica y algunos sectores moralizantes una verdadera cacería de brujas contra la sexualidad adolescente. Sanciones, castigos, represiones dirigidas a evitar la "degeneración" física y mental producida por sus inquietudes sexuales o peor aún por las prácticas eróticas solitarias o de pareja.
Solo basta recordar los criterios de muchos médicos que bajo la influencia de Krafft Ebing, aún a inicios de este siglo, recomendaban como tratamiento a estos "trastornos" someter los genitales de los adolescentes "desviados" al contacto con metales candentes u otras prácticas iatrogénicas.
Naturalmente que en la actualidad, en los inicios del tercer milenio, estas prácticas obsoletas parecen monstruosas y absurdas. En general, los criterios educativos se han flexibilizado, pero aún la educación de la sexualidad de niños y niñas y de los y las adolescentes continúa adoleciendo de graves deficiencias al mantenerse con un carácter sexista, estandarizada, despersonalizada y cargada de mitos y tabúes. Educación que le niega al adolescente la posibilidad de madurar en esta y otras esferas con un lenguaje y modo de expresión propios, particulares, en correspondencia con sus potencialidades, necesidades y aspiraciones individuales.
Esta forma de educación al negar la singularidad de cada adolescente, lo obliga a reproducir fielmente los modelos estandarizados, polarizados y contrapuestos que sobre lo femenino y lo masculino establece y dicta la sociedad patriarcal.
Tales patrones estipulan para el varón un conjunto de rasgos y modos de comportamientos que tratan de hacer de él un ser arrojado, decidido, independiente, experto en sexo y amores, del quien se espera, como prueba de hombría y virilidad, la iniciación temprana y rica en experiencias en estas esferas.
En cuanto a la muchacha, el modelo aspirado y rigurosamente evaluado es totalmente lo contrario. De ella se aguarda que sea dócil, paciente, pasiva, dependiente y sobre todo lo más casta posible, por lo que debe reprimir al máximo sus naturales deseos y necesidades sexuales hasta la etapa en que esté próxima o en los marcos del matrimonio. La sexualidad de la adolescente es refrenada y enmascarada por todo tipo de regulaciones derivadas de la doble moral, extremadamente restrictiva para ella y muy permisiva para el varón.
Los adultos les negamos, especialmente a las del sexo femenino, las vías de información; a los varones, los valores, los modos de conductas alternativos, cargados del afecto y comprensión que ellos necesitan. Con frecuencia, lejos de ponernos en su lugar, de tratar de comprender sus transformaciones y las angustias, incertidumbres e inseguridades derivadas del proceso del crecer, consciente o inconscientemente, tratamos de que sean el espejo en el que se reflejen nuestros propios tabúes, prejuicios y conflictos.
El criterio educativo fundamental, a partir del cual pensamos que vamos a conducir por el buen camino la sexualidad de nuestros chicos y chicas, es a través de una combinación del silencio con las sanciones y prohibiciones moralizantes que supuestamente los preservará de los problemas y trastornos de la sexualidad.
Tal y como demuestran infinidad de estudios, estos métodos, utilizados prolijamente desde las edades tempranas y en particular en la adolescencia, dada la necesidad de autodeterminación, actúan como un "reforzamiento negativo", una vía que despierta aún más la necesidad de conocer, vivenciar y experimentar aquello que adquiere el carácter de "oculto" y "prohibido".
Los métodos coercitivos se convierten en un incentivo, que además de exacerbar su natural curiosidad dirigida a esta esfera, los motiva a la búsqueda de la información y los valores, indispensables para su maduración psicosexual, con sus coetáneos o con adultos no siempre bien intencionados o preparados al respecto.
Los mayores, queramos o no, somos los artesanos que esculpimos en la materia prima que aporta individualmente cada adolescente, según sus propios espacios vitales, esa importante y hermosa manifestación de su personalidad que es la sexualidad.
¿Cómo hacerlo? ¿Qué esperan de nosotros los adolescentes en lo referente a su crecimiento sexual? ¿Cómo evitarles riesgos y trastornos innecesarios? ¿Qué hacer para garantizar la salud sexual y reproductiva y la calidad de vida de los adolescentes? Preguntas que numerosos padres y madres nos hemos hecho más de una vez.
La Dra. Alicia González, de larga experiencia en la Pedagogía, refiere que, ante todo, es importante tener muy presente que la preparación para la vida sexual, de pareja, familiar y reproductiva del ser humano y, en particular del adolescente, comienza con la vida, en las edades más tempranas, con los saberes, los valores, los modelos conductuales que la familia y los adultos en general les trasmitimos a diario en el proceso de socialización.
La sexualidad, como toda manifestación vital, tiene un conjunto de expresiones biológicas espontáneas, pero ellas por sí solas no determinan las transformaciones psicosexuales y sociales del ser humano en cada etapa, estas tienen un fundamento esencial en los procesos de aprendizaje que impulsan el crecimiento, desarrollo y la maduración de la sexualidad y de la personalidad total.
Por ello, recomienda que el ser humano aprenda desde las más tiernas edades a ser sexuado, a convertirse en un individuo masculino o femenino plenamente identificado con su cuerpo sexuado, que transitará a partir del nacimiento y hasta su muerte, por diversos estadios, en cada uno de los que vivenciará y expresará, de una manera u otra, necesidades, motivaciones, intereses sexuales, que se manifestarán a través de determinadas conductas que deben ser comprendidas y orientadas de forma efectiva por las personas encargadas de su educación.
Desde las edades enmarcadas en el período escolar aparecen las motivaciones e intereses referidas a los cambios puberales y a las propias transformaciones psicológicas y sociales de la adolescencia. Luego sería en extremo tardío esperar al arribo de estos cambios para iniciar la preparación correspondiente. Los educadores, padres y madres, maestros y maestras y adultos en general, están en el deber de documentarse para comenzar la orientación temprana de las chicas y chicos, desde la primera infancia y en especial desde las etapas preadolescentes.
No se trata de dictar lecciones desde la distancia de los juicios, los valores y la experiencia personal (casi siempre permeada de prejuicios, tabúes y estereotipos), derivada en la mayoría de los casos de lo vivido en aquellas etapas pasadas de nuestra propia adolescencia, y que por la evolución de los tiempos o la propia modificación del contexto, no siempre son aplicables de manera efectiva a la nueva situación vital de nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas.
Los mayores incuestionablemente constituimos la guía —especifica— la fuente fundamental de orientación de los adolescentes, los máximos responsables de trasmitirles el más rico y amplio caudal de experiencias que propicie la satisfacción de sus intereses, necesidades, motivaciones, que los prepare para enfrentar y resolver las problemáticas, los retos, desafíos y los obstáculos que se les presenten. Sin embargo, no se trata de dictarles mecánica y autoritariamente nuestros "modos de ser y hacer", de esquematizar, según modelos sociales estandarizados, las formas en que deben regir y proyectar su vida sexual. Por el contrario, se trata de brindarles todas las alternativas, las opciones de vida en las que, cada uno de ellas y ellos, pueda verse reflejado y encuentre los sentidos personales que se vinculen con los motivos en los que se sustentan sus proyecciones y aspiraciones sexuales y personales en general.
La manera de garantizar que sean protegidos de los trastornos de la sexualidad es ofrecerles conocimientos sobre salud sexual y reproductiva y resguardar su calidad de vida que solo se logra mediante un proceso educativo, formador de saberes, normas, valores, actitudes, modos de comportamientos, que les permitan aprender a decidir y autodeterminar por sí mismos o por sí mismas, los límites de su sexualidad, las formas particulares de vivenciarla y expresarla, de autodefinir qué es lo factible, positivo que les permita crecer de manera plena, feliz y responsable y hacer crecer a los que les rodean. Esto se logra a través de una educación sexual que potencie aquellas manifestaciones que enriquezcan todas las esferas de su vida personal y social, sin dañar la ajena.
Sólo un proceso de educación sexual participativo que los involucre en su propia formación y desarrollo, que los capacite para elegir protagónicamente y tomar progresivamente —en la medida en que logra la madurez para ello— las riendas de su vida, con una profunda conciencia crítica de la trascendencia de sus actos. En fin, prepararlos para que sean capaces de ejercer su derecho a la libertad de elección de formar sus propios proyectos de vida, sin perder de vista la responsabilidad que conllevan, ante sí mismos y los demás, sus actos y decisiones.
Una nueva forma de educación de la sexualidad de los adolescentes, con un enfoque alternativo y participativo, se sustenta en los más altos niveles de confianza, comunicación, respeto mutuo entre ellos y los educadores, quienes para lograrlo, olvidarán los métodos y estilos sobreprotectores, autoritarios, represivos, plenos de coacciones, sustentados en los temores y la inseguridad ante los "peligros" de la sexualidad.
También se evitarán los dobles mensajes y la tendencia a expresar determinados valores y representaciones, a veces incluso, muy modernos y avanzados, mientras que las conductas y expresiones cotidianas demuestran todo lo contrario de lo que se verbaliza. La fuerza de lo que hacemos se multiplica cientos de veces con relación a lo que decimos, por mucho que nos empecinemos en repetirlo.
Nuestra asesora tiene el criterio de que la educación de la sexualidad, comienza con la sensibilización de los propios educadores y educadoras, en la interiorización de la necesidad de prepararlos con efectividad para enfrentar cada vez de manera más independiente esta trascendental área de su vida. Pero por otra parte, es fundamental que, ante todo, cada educador se haga un proceso de autoreflexión profundo que le permita penetrar en las intimidades de su propia sexualidad, acceder y comprender sus necesidades y tendencias positivas y negativas, controlar sus debilidades (romper estereotipos, mitos, tabúes y prejuicios) y potenciar sus cualidades y virtudes que serán la riqueza que deberán trasmitir con su mejor ejemplo al educando en cuestión.
El proceso de dirección del desarrollo sexual de nuestros niños, niñas y adolescentes comienza sólo cuando los mayores estemos listos para crecer nosotros mismos en el sentido de penetrar, controlar y superar nuestras deficiencias y limitaciones, nuestros conflictos y contradicciones. Sólo entonces estaremos en condiciones de convertirnos en verdaderos y eficientes educadores y orientadores sexuales.
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